En un contexto como el actual, donde emplear la mínima cantidad de recursos para obtener el máximo beneficio es el principal designio de las compañías, se establece un modelo de producción y de consumo claramente definido. No es una sorpresa observar que los medios empleados se desarrollan en torno a una meta preconcebida y claramente delimitada: la maximización de resultados.
De hecho, si algunas de estas fuesen individuos de a pie, no sería descabellado decir que un gran número de ellas podrían compartir epitafio. Algo así como “A buenos ocios, malos negocios”.
Ahora, donde existen proyectos cuyos atributos no se valoran por su valor cualitativo y que no aportan el máximo beneficio, numéricamente hablando, pasan a ser descartados como alternativa en la búsqueda del “éxito empresarial”.
Sin embargo, frente a esta coyuntura encontramos una filosofía que exige por contrapartida un cambio de sistema en nuestra forma de producir y consumir. Y es que el beneficio económico y el crecimiento no pueden seguir siendo la única fuerza motriz de nuestras empresas y gobiernos. Esto ha sido reconocido por la ONU y sus miembros a través del desarrollo de los ODS (Objetivos del Desarrollo Sostenible), y el reconocimiento de las organizaciones y empresas de la economía social como importantes contribuyentes a estos objetivos, a través de sus modelos económicos que ponen la primacía del objetivo social sobre el beneficio.
Y es que, para cumplir con estos objetivos, la economía social recalca la importancia de fortalecer la cooperación en la cadena de valor como clave estratégica. De este modo, se destaca la necesidad de planificación proactiva y el refuerzo de la capacidad emprendedora colectiva a través de fondos dedicados, incubadoras de empresas de economía social y colaboración con autoridades públicas, especialmente a nivel local y regional. Cabe destacar que también pretende reinvertir la mayoría de sus excedentes en objetivos sociales, sin embargo, como hemos mencionado anteriormente, este factor la hace menos atractiva para inversores enfocados en rendimientos rápidos. Al estar presente en diversos sectores, tiene potencial para ser autosuficiente. Además, se resalta la importancia de la capacidad de cooperación con las autoridades locales para fomentar iniciativas ciudadanas que aborden las necesidades.
El segundo eje estratégico que aborda, la modificación del marco jurídico y normativo para favorecer el desarrollo de empresas sostenibles, como por ejemplo el reciente acuerdo político sobre la recomendación de la Comisión Europea al Consejo sobre el desarrollo de las condiciones marco de la economía social, donde SEE ( adquirió un papel destacado y continúa impulsando su implementación.
En definitiva, la economía social, ahora ampliamente reconocida, enfrenta el desafío de traducir el respaldo político en acciones tangibles. Desde dichos sectores, se está presionando a gobiernos e instituciones para que cumplan con sus compromisos, respaldando estas acciones mediante intercambio de experiencias y conocimientos. De este modo, se busca determinar las necesidades educativas y de competencias de los actores de la economía social para abordar las transiciones ecológicas y digitales, elementos presentes y futuros de la economía.